
Nadie me ayudó a leer
Por extraño y poco creíble que parezca, nadie me ayudó con la lectura en mi infancia. Por esta razón fué que con el tiempo me di cuenta que existen dos tipos de personas: Las que necesitan inspiración para actuar, y las que precisan de cierto dolor para vivir. En mi experiencia con la lectura, el camino fue el dolor. Y fue el más malvado de los dolores de la infancia, el dolor de la soledad.
La soledad de un niño es dolorosa, no hablo de esa soledad de aburrimiento, que aun teniéndolo todo no sabes qué hacer más que dar vuelta en círculos o molestar a los adultos. Hablo de esa soledad que aparece cuando estás solo, solo al fondo de un patio desde el amanecer hasta el atardecer, donde los únicos testigo de tu existencia son los diminutos seres vivos que habitan la breve naturaleza de un patio del antiguo Chile.
Aún así me sentí afortunado, porque los muros que circundan aquel patio me protegieron toda mi infancia, muchos niños de aquella época no tenían ni siquiera casa con patio, o una casa, a pesar que sin los muros hubiese extendida mi creatividad infantil.
En aquel patio me encontré con algunos libros que yacían moribundos en cajas de cartón como ataúdes. Lo que no servía iba directo al patio, fue en el lugar donde habitan los desechos que conocí a los libros. Yo y los libros éramos eso, desperdicios, uno familiar y el otro de conocimiento.
El primer libro que abrí fue un mamotreto de sociología que tenía ilustraciones, en la primera página está escrito el nombre de a quién le pertenecía, era de una tía que nunca vi que leyera ni el periódico. Según mis cálculos, yo tenía entre 5 a 6 años, y el libro me parecía un instrumento extraño y digno de analizar. Lo hojeaba de adelante hacia atrás y de atrás hacia adelante. Tenía un aroma que no había sentido nunca, era agradable al olfato, pero tampoco como para olerlo siempre. El sonido que emitían las hojas al caer una tras otra a la velocidad de la luz me parecía satisfactorio. Menos mal que no aún no sabía leer, lo intentaba, pero no era lo que mi incipiente sentido de la curiosidad buscaba, por ahora. Como nunca supe lo que decía el libro es posible que de grande busque querer saber lo que contienen en su interior estos faros silenciosos. Llevo 44 años leyendo, a los 15 años recuerdo que me volví soberbio y manipulador gracias al conocimiento acumulado. Recuerdo muy bien que, luego de leer, Así habló Zaratustra, comencé a ver a los jugadores de fútbol como hombres jóvenes descerebrados. El simple consumo de conocimiento aporta mucho al clasismo y cuando tuve más tiempo para seguir leyendo sentí que ya pertenecía a la élite. Me curé de la soberbia cuando ocupé lo que había leído para solucionar los desafíos del vivir. Leer no te hace ser mejor persona, pero si una persona capaz de comprender mejor al mundo y a sus personas. Una especie de autoconciencia. A esta altura lo que quiero decir es que no le doy un prestigio social a las personas que leen. Leer me da mejores herramientas para habitar al mundo.
Lo que si es seguro es que las personas que son violentas no leen.
Dicen que el verdadero logro en Chile no es pagar las cuentas, sino pasar agosto sin resfriarse ni quebrarse un hueso. 😂 Algunos lo celebran como si hubieran ganado la maratón de Nueva York, pero con bufanda y guatero en mano.


