La tiranía del mensaje de texto sin la conversación.

Vivimos rodeados de mensajes que no conversan. Esos textos rápidos, prácticos y casi siempre impersonales, que buscan cumplir la función de “avisar” o “informar”, pero nunca de abrir un intercambio. “Llegué”. “Ok”. “Nos vemos”. Son mensajes que cierran más que lo que abren. Son el equivalente digital de una puerta entornada que nunca se termina de abrir.

La conversación, en cambio, es un espacio compartido donde las palabras circulan, se cruzan, se interrumpen y se reacomodan. Allí existe matiz, tono, silencios, incluso equivocaciones que terminan en risa. El mensaje de texto, cuando se reduce a un monólogo utilitario, arranca esa dimensión y nos devuelve una notificación sin alma.

El problema no es el medio —el chat podría ser un terreno fértil para la conversación—, sino el hábito de utilizarlo como mero trámite. Un mensaje que no considera al otro como interlocutor sino como destinatario pasivo es, en esencia, un recordatorio de la soledad digital.

Criticar estos mensajes no es un gesto nostálgico por el pasado, sino una invitación urgente a recuperar lo humano en lo cotidiano. Es preguntarnos: ¿por qué no aprovechar la inmediatez tecnológica para conversar, en vez de limitarla a órdenes o constataciones mínimas? ¿Por qué no devolverle al lenguaje su carácter de puente y no de muro?

Porque cuando la comunicación se degrada a mensaje sin conversación, lo que perdemos no es solo tiempo o calidez: perdemos la posibilidad de construir vínculos reales. Y sin vínculos, todo lo demás —desde las relaciones personales hasta las decisiones colectivas— se convierte en un eco sin resonancia.

  • Oscarito viene llegando de Punta Cana, no viene bronceado, viene todo picado de zancudos. Buby necesita un hombre que le ayuda con los trámites del auto, la vida a esta edad son solo problemas.

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